Cristóbal Reyes cerraba su actuación en la Corrida Magallánica en la que había tomado la alternativa, y en la que había dejado muy buenas impresiones. El torero había superado con creces una durísima corrida de Miura, que podría haber estado reseñada para Pamplona o Bilbao.
Eran los últimos compases de la tarde, cuando Cristóbal empuñaba la tizona para pasaportar al sexto toro del festejo. En un acto de heroísmo, el torero tiró la muleta y se lo jugó todo a cara o cruz, pero salió mal. El astado le propinó un fuerte golpe y ya en el suelo, lo prendió varias veces de manera dramática. Rápidamente fue trasladado a la enfermería y Rafaelillo se encargó de matar el toro.