Eternos se hicieron los segundos en los que el pitón del astado deslizaron por la chaquetilla del novillero Diego San Román. Toreaba firme el espada con la muleta cuando el animal le prendió. Una vez en el suelo, el novillo hizo por él propinándole una fuerte paliza y cortando la respiración a la plaza cuando el pitón deslizaba a la altura del corbatín. Milagrosamente no tocó carne y el joven espada pudo volver a la cara del animal.
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