Álvaro Burdiel se presentó en la plaza de toros de Las Ventas como novillero con picadores, en una tarde en la que muchos no le ponían cara a un novillero que tiene mucho que decir en este mundo tan abigarrado y caricaturesco como es el de la tauromaquia.
Su corto bagaje en la temporada pasada hacía que para muchos fuese un desconocido, pero para los que hemos tenido el gusto de poder seguirle y escribir sobre él temporadas atrás, sabíamos de lo que era capaz y de lo que llevaba en el alma y es que que Burdiel tiene ese gusto propio con el que se nace o no se nace.
Su labor en el sexto novillo de la tarde, vino precedida de un huracán llamado Fonseca que puso la tarde muy cara. A ver quién salía ahora después de que el público hubiese premiado a Isaac por el nivel y la entrega que había puesto en el quinto capítulo de la tarde. Pues allí se encaminó el madrileño, aunque sevillano de nacimiento, con sus armas y su concepto para dar el do de pecho y volver a poner de acuerdo al público de Madrid.
Burdiel exhibió un concepto clásico y unas buenas maneras que, vuelvo a decir, o naces con ello o nunca se alcanza. Rezumó torería y sabor añejo en una faena de sentimiento que fue creciendo en intensidad hasta romper los tendidos. Quizás Madrid no llegó a crujir como otras tardes, pero sí rugió. Rugió en una faena que llevó por bandera el clasicismo, el gusto y la personalidad de un joven torero que marida todos estos ingredientes con un concepto muy propio; con el sabor de lo antiguo y del renacer de las formas clásicas.
El manejo de la Tizona dio al traste con un más que posible trofeo que sin embargo, no quitó valor a la fortísima ovación que recibió el torero tras su actuación. Su concepto de paladar fino, caló profundo en los tendidos de la capital que ahora sí, ponen cara y nombre a un joven torero que tiene mucho que decir en el mundo del toro. Ganas de volver a ver a Álvaro Burdiel.
