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Falta afición y sobran gilipollas

escrito por Álvaro Solano 23/05/2022

Comienzo estas líneas siendo consciente de que el insulto y la descalificación nunca son la vía para la solución. Sin embargo, lo que estamos viviendo todos estos días en la plaza de toros de Las Ventas hace que me hierva la sangre. La tarde de Paco Ureña fue el clímax de la insensatez y, aunque han pasado ya varios días, no he podido evitar escribir al respecto. 


El paso de los días no ha hecho mella en la vergüenza que siento por lo vivido a lo largo de todo el ciclo y, en especial en las tardes de relumbrón. Quise esperar para escribir esta columna de opinión para rebajar el pesimismo y la desidia que siento, pero ha llegado el momento y continúa igual o peor que el mismo viernes. 


El inicio de temporada ha venido cargado por el triunfalismo y la falta de balance en el palco y ya entonces nos echábamos las manos a la cabeza. Sin embargo, ninguno esperábamos que el alcoholismo y la falta de educación se apoderasen de los tendidos. Increíble. 


El mundo del toro es y ha sido el baluarte de lo antiguo. Ese mundo abigarrado y caricaturesco, como decía un famoso escritor, que sobrevive a lo moderno, a las modas, al progresismo desvirtuado, al infantilismo social… un mundo en el que un apretón de manos significa lo mismo que una firma en contrato. Un mundo en el que el respeto prima por encima de todo. Un mundo de nobleza, de entrega, de sacrificio, de vida y de muerte. Un mundo que sobrepasa y persiste por encima de la desvirtuación social a la que estamos asistiendo. 


Sin embargo, todo esto no lo estoy viendo cuando acudo a la plaza de Las Ventas. No es justo hacer tabula rasa y que paguen justos por pecadores porque son una minoría. Pero es que esos pecados están extenuando la esencia de la tauromaquia. La lluvia de almohadillas con un animal vivo en el ruedo, con dos banderilleros en la cara del animal y un torero que esperaba bajo el diluvio universal, la muerte de este animal que veneramos llamado TORO. 


Podemos buscar culpables por todas partes. Podemos culpar a la empresa como hacen algunos, podemos culpar a los ganaderos como dicen otros… pero qué fácil es ver la paja en el ojo ajeno. Yo no tengo la solución para estos espectáculos dantescos que estamos viviendo, pero la responsabilidad de todos es crear afición. Qué las plazas se llenen de gente joven no es malo, es una bendición. El primer paso lo tenemos conseguido, ya están pagando su entrada para ver un espectáculo convertido en rito pero, ahora, debemos alejar a ese nuevo público del alcohol y acercarlo al toro y al torero. 


La solución no es fácil, pero es responsabilidad de todos preservar la tauromaquia y preservar el relevo generacional. Como digo, el primer paso está conseguido y ahora, entre todos, debemos buscar la manera de subir el segundo peldaño porque sí no… el futuro será muy oscuro. 

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