Por David Ferrer
De vez en cuando al mundo de los toros le gusta ponerse bonito.  Ponerse de gala. Como un petimetre. Lucirse y sacar el postureo., ese ego que todos llevamos puesto. En definitiva, abrirse. No es malo a priori. Hubo un tiempo en que los toreros salÃan en los telediarios, en las revistas, en los corrillos extrataurinos. No siempre eran buenas noticias pero el caso es que la tauromaquia estaba arraigada en la sociedad. De eso han pasado muchos años. Más de veinte y más de treinta. Asà que ponerse bonito ahora, lucirse, salir de gala se antoja a veces como una exhibición de equilibrismo cuyo resultado no está bien calculado.
Al más Ãntimo de los toreros, de profundidad e integridad casi mÃstica, le ha costado caro, en contra de sus deseos, ponerse bonito fuera de los ruedos. Hablo de Juan Ortega. Al pobre le han sacado las costuras y le han cortado un traje en revistas, tertulias vomitivas y hasta lo persiguen con las alcachofas virales para que hable de algo que los aficionados no queremos escuchar ni nos importa. Para los de fuera, Juan Ortega no es el autor de alguna de las cumbres de la despaciosidad capotero sino un tipo que se quiso poner bonito y su asunto personal terminó por peteneras.
Lo de las galas de San Isidro es otra manera de ponerse bonito. Tampoco es mala idea: hay que publicitar pronto los carteles para que la gente conjugue sus vacaciones, sus presupuestos y equilibre los dÃas con asuntos familiares y otras competencias en el sector del ocio. Ha pasado una semana y los debates no confluyen, no convergen. Menudo disparate. Para el aficionado taurino todo está mal: si ponen a tal torero porque lo ponen (los dÃas del lleno) y si no ponen a otro, otro traje que te cortan. Los mismos que protestan de esto no acuden cuando hay un cartel interesante una tarde agosto o fuera de la feria. Y luego el desarrollo mismo de la gala: un tostón interminable de miradas al ombligo. Y en eso no estamos solos porque los Goya o los Feroz, en cine y teatro, van a la par en desatino, prolongación y aburrimiento. Cuando no nos habÃamos repuesto de ese collage que solo se entiende en clave interna (¿alguien que no sea abonado sabrá quién es el Rosco?), sale un periodista deportivo, de modales egocéntricos, pasado de toda rosca, a desbaratar la gala y postularse para ocupar tarde tras tarde su puesto gratis del callejón. En eso queda todo. El público aplaude, porque aquà y en los Goya, todo se aplaude.Â
Pero lo peor de la gala son las consecuencias no calculadas. Primero el cartel. Y luego los polÃticos. Ayuso dijo una frase que en realidad no dijo y que los de fuera han interpretado como algo que a lo mejor pensaba pero que no dijo. Da igual. Vuelta a darle protagonismo a los polÃticos y escorar la tauromaquia de manera torticera. Total, que la tauromaquia se puso bonita en la plaza de Las Ventas pero el público de fuera sigue sin saber cómo torean Morante, Juan Ortega o Borja Jiménez. Pero se habló mucho del vestido de gala de Ayuso y de algo que comentó de una sequÃa. Verás cómo en mayo el cielo sobre Las Ventas se cubre de nubes. Y se nos mojan las galas.