Por David Ferrer
¿Quién no tiene enemigos? Quien probablemente no tenga ni amigos. La tauromaquia tiene aún muchos amigos, casi todos iguales, pero tiene una diversidad de enemigos muy peligrosa: cuando te has acostumbrado a una amenaza y esta parece ya atenuada, surge otra que parece menor y que, sin embargo, puede ser mucho más certera. DecÃa el barroco Gracián: «triste es no tener amigos pero más triste es no tener enemigos». Pues, en este caso, amigo Gracián, que tanto nos acompañas con tus textos, no estoy de acuerdo. Enemigos hay, y muy peligrosos. Y yo no los quiero.
Al margen de evoluciones sociales, culturales y económicas, la tauromaquia sigue vigente. Hay muchas plazas que se llenan y otras que no se llenan tanto como deberÃan. Y probablemente en esto hay más de una causa y no toda culpa de los enemigos. Como si fueran lapas, la fiesta de los toros, por antonomasia, se ha llenado en los últimos años de amiguÃsimos: lo hacen en forma de partido polÃtico que, si bien, han tenido el acierto de promover algunas iniciativas interesantes y protectoras en los gobiernos autonómicos, ayuntamientos y parlamentos en los que tienen responsabilidad, han tenido el mal gusto de arrogarse el tÃtulo de protectores únicos, salvavidas solemnes. Casi como ese socorrista inexperto que enarbola la bandera de rescatador pero que entre selfie y selfie se le he ahogado el nadador. Asà las cosas con estos amigos han proliferado y aumentado su poder los enemigos. Ya en el viejo libro El arte de la guerra se aconsejaba no subestimar al enemigo ni darle más poder con tus acciones desmedidas. Pues asà estamos: con los amigos en tono verde de la tauromaquia, el Gobierno Sánchez va a estar otros cuatro años sin pestañear, sus socios y amigos, pero enemigos de la tauromaquia, tienen más poder que nunca y, para colmo, se ha generalizado una imagen de esta fiesta absolutamente politizada, derechizada y escorada que no tuvo nada que ver nunca con la realidad de los tendidos, tan abierta.
El amigo de siempre de los toros, no el advenedizo sino el aficionado que paga, viene a ser una suerte de sujeto ilusionado cuya chispa se enciende al calor de los primeros carteles anunciados del invierno, con un fuego que va decayendo a medida que empresarios, carteles, resultados y ganaderÃas lo van apagando con un extintor duro en los meses siguientes, y con una chispa que arde de nuevo cuando la temporada va a acabar allá por septiembre y octubre. Este amigo verdadero vive acaso obnubilado con los éxitos de antaño y que reverdecen en su cabeza bien amueblada con dos, tres o cuatro faenas de la última temporada. Y no es crÃtica: pon en la coctelera las faenas de Morante en Sevilla, un par de tardes de Juan Ortega, un inicio de faena de Aguado, varias tardes de Daniel Luque, alguna de Urdiales a final de temporada y la de Borja Jiménez en Las Ventas. Con esta coctelera de somnÃferos beméficos, el buen amigo, el buen aficionado ya se echa a dormir, a soñar, a descansar.
Y asà estábamos: soñando en la paz de unas faenas, haciendo calendario, agenda y presupuestos: que si Daniel Luque irá aquÃ, que si Morante allá, que si José Tomás se ha puesto delante de una vaca. Benditos sueños. Fuera, amigos nuevos y enemigos a lo suyo: los amigos polÃticos haciendo el indio por Ferraz (del PP no se sabe nada y los aficionados del PSOE no se atreven a manifestarse). El caso es que un dÃa de enero, antes de los Reyes, apareció el nuevo ministro de Cultura: un tal Urtasun. Se mueve y habla con diligencia. Con arrogancia. Tanta que va a convencer a muchos en lo que sea. Da igual que hable del Prado, que podrá verse en fascÃculos, de España como vestigio colonial (lo que hay que oÃr) o de la tauromaquia. El tÃo va a toda mecha. No pierde fuelle. Y tiene amigos, y muy buenos, y bien organizados. Ha hablado tan rápido, de manera tan clara que nos hemos quedado tiesos. Como el soldado inexperto que tira una granada al búnker y, mira por donde, acierta a la primera a meterla por el agujero. En ese búnker estamos nosotros, los amigos de la tauromaquia: hemos visto llegar al soldado, hemos admirado su agilidad y su destreza, aunque inconsciente, y finalmente hemos visto caer la granada. Quedan segundos para el estallido. Pero qué despacio torea Juan Ortega…