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Teorema de El Juli

escrito por Redacción Toros 31/07/2023

Por David Ferrer

En física, al estudiar la relatividad general, se aplica el llamado teorema de Buchdahl: existe una densidad máxima permitida para la materia gravitante. En definitiva, una cuestión de límites y posibilidades. Incomprensible. Como es la tauromaquia. A veces tan extraña. Al margen de Roca Rey, un torero mediático en todos los sentidos, se puede afirmar que es Julián López El Juli el torero que ha roto con la densidad máxima, con los límites establecidos dentro de una concepción contemporánea del toreo.

Si aludíamos al peruano, debe tenerse en cuenta en favor de su facilidad para llenar cosos y para obtener triunfos que se trata de un matador 2.0, nativo digital. Quiere esto decir que su estrellato nació con el fervor de las redes, cada actuación produce likes y retweets y es atractivo a la vez que tímido. El fenómeno Juli, sin embargo, nació con el fervor analógico, el de la prensa y el de los mentideros orales, si bien pronto se difundieron sus hazañas americanas, y después las españolas, con el incipiente internet que andaba aún con conexiones de marcado y una despaciosidad de carga de páginas que hoy nos desesperaría. Tuvo Julián como padrino en Nimes al más elegante, José María Manzanares, cuyo oficio y magisterio ha prevalecido más allá de los tiempos de Instagram, y como testigo al que sería rey de las revistas del corazón de segunda fila, Ortega Cano. Y anda que no ha cambiado la situación en todos los ámbitos de un tiempo a este. Pero mires por donde mires, analices la feria y el año que te apetezca, allí está El Juli en los mejores carteles.

En 2003, hace 20 años, terminó El Juli segundo del escalafón. El primero fue César Jiménez, prometedora estrella que fue declinando rápido. Un triunfo en Madrid te permitía eso. En sus primeros años como matador lidió más de 100 corridas (132 nos indica el escalafón de 1999). Si esto no es romper el teorema de Buchdahl, que venga otro físico y nos lo arregle. La edad y las ferias han ido retirando a unos y a otros: Ponce lo hizo por la puerta de atrás, José Tomás por la exclusividad de torear una al año. Quedan unos pocos supervivientes más antiguos en activo: Uceda, El Cordobés, Antonio Ferrera, Curro Díaz, y Morante de la Puebla, que es caso aparte, y otro teorema muy distinto. Pero El Juli no ha tenido esos altibajos, no ha ido y venido, ha sido una constancia de hambre de triunfo, sed de puertas grandes, de arrebato y de cabreo.

Es probable que otros toreros, como el caso de Morante, tengan más fantasmas en su cabeza, más displicencia algunas tardes, menos hambre, menos sed. Mucha más genialidad. Y aunque El Juli se ha atemperado y en los últimos años lo hemos visto trazar la verónica con una despaciosidad inaudita en su carrera, a medida que su rostro iba perdiendo el ángel de la niñez que antaño tuvo, no ha sido nunca la opción estilística y de quejío su preferida. El Juli venía siempre a arrasar con el teorema citado, a romper los límites gravitacionales, a quebrar las estadísticas por cualquier lado.

El niño precoz ha concebido su carrera como ha querido, para bien y para mal. Ganaderías selectas, carteles cerrados. Pero esa precocidad le ha dado la inteligencia de la vida, la de saber retirarse en el momento y en el año perfecto. Son 25 años. Está haciendo buenas ferias, puertas grandes. Seguir un año más sería aventurarse a lo inesperado. A que las leyes relativas de la física, de la edad y de los despachos lo sitúen en el sitio postrero que nunca ha querido. Julián se va como quiere. Mandando. Enhorabuena.

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