Por Noelia Crespo
En la Ventana de esta semana y tras haber finalizado una nueva temporada taurina, vamos a hacer balance de algunas de las faenas y momentos del año. Cómo hemos disfrutado esta campaña con Morante de la Puebla, Roca Rey, Tomás Rufo o El Juli, ¿verdad?, pues si bien todos nos acordamos de sus tardes y algunas faenas para el recuerdo, esta temporada quedará marcada por la reaparición – por un dÃa – de una máxima figura del toreo.
Pedro Gutiérrez Moya, o más conocido en el mundo taurino como “El Niño de la Capea†se vistió de luces el pasado 19 de junio en la localidad salmantina de Guijuelo para celebrar el cincuenta aniversario de alternativa, sus bodas de oro. La grandeza de un maestro con siete décadas conmemoró su medio siglo de matador de toros de la manera más emotiva y triunfal jamás escrita. De azul y oro, como si el tiempo no hubiera pasado y con una sonrisa que no se le borró desde que salió del hotel rumbo a la plaza hasta que abandonó el coso chacinero a hombros en una despedida pletórica reafirmando que los viejos toreros nunca mueren.
Fue una tarde para rememorar estampas añejas del toreo eterno, el de siempre, ese que pone a todos de acuerdo y emociona a todos los presentes. Lo sucedido en aquel festejo quedará para la historia, un acontecimiento completo y lleno de sonrisas y sentimientos a flor de piel, con momentos para el disfrute, la naturalidad y el riesgo de la tauromaquia que no pasa de moda. Aquel dÃa, la terna se marchó a hombros, pero la puerta grande del toreo se abrió de par en par a una leyenda viva y orgullo de tierras salmantinas. Máxima admiración.