Hoy se cumplen 35 años de la trágica tarde en la que José Cubero «El Yiyo» perdÃa la vida en la plaza de toros de Colmenar Viejo. Burlero le propinó una cornada mortal por la espalda.Â
Remitimos parte de la crónica publicada en El PaÃs, en el dÃa posterior a la muerte de «El Yiyo»:  «El Pali, uno de los peones de la cuadrilla, corrÃa por el callejón junto a Yiyo, al que llevaban en volandas a la enfermerÃa, cuando le oyó decir sus últimas palabras: «Pali, este toro me ha matado».En esa angustiosa carrera por el callejón, Yiyo llevaba los ojos vueltos y apagados y una fuerte impresión recorrió los tendidos La celeridad en el traslado, la actitud del torero y las expresiones de sus compañeros parecÃan anunciar lo peor. Juan Cubero, hermano del matador, que va de banderillero en su cuadrilla, corrÃa por fuera del callejón, al hilo de las tablas, sin apartar los ojos de su hermano en una expresión desolada.
Antoñete arrojó el capote con rabia y se cubrió el rostro con la manos, y el matador de toros José Ortega Cano, que presenciaba la corrida, se abrió paso entre el público del tendido y se lanzó al callejón para correr detrás de los que transportaban a Yiyo. Todos estos signos llevaron al público la impresión de que el percance podÃa haber tenido fatales resultados. Tras unos segundos de estupor, los espectadores pidieron con insistencia las dos orejas para el diestro, que el presidente concedió. La cuadrilla no se hizo cargo de los trofeos, pues todos se hallaban en la enfermerÃa y por los tendidos empezó a correr el rumor de que el torero habÃa fallecido.José Luis Palomar, que completaba la terna de matadores, se dirigió a la enfermerÃa llorando a lágrima viva. También iba llorando su cuadrilla, y Antoñete, apesadumbrado, se incorporó a sus compañeros.
La enfermerÃa fue rodeada inmediatamente por numeroso público, que intercambiaba, nervioso y alterado, funestos presagios con noticias esperanzadoras. «Ha muerto, ha muerto», decÃan algunos. «No, no, está muy grave, pero no ha muerto», respondÃan otros. Entre los que transmitÃan noticias optimistas se hallaba un hermano de Antoñete, que aseguraba que Yiyo estaba muy grave, pero que no habÃa fallecido. El torero habÃa entrado prácticamente muerto en la enfermerÃa, según el parte facultativo. En sus instalaciones el ambiente era de incredulidad ante lo ocurrido y los Ãntimos del diestro se abrazaban llorando y repetÃan, como sonámbulos, «no puede ser, no puede ser». El padre del diestro,que habÃa presenciado la corrida, se encontraba materialmente deshecho, asà como sus hermanos. El periodista Antonio D. Olano trataba de consolar a los familiares, sin poder evitar las lágrimas. Uno de los más afectados era Juan Bellido, Chocolate, mozo de espadas del torero muerto, que lloraba inconsolable y se movÃa, aturdido, por entre los grupos que se arracimaban en la puerta de la enfermerÃa».